viernes, 28 de agosto de 2009

Infierno en el bosque

Con la respiración entrecortada y una sensación de ahogo en el pecho, la primera vez que me acerque a un árbol en llama no podía dominar un desborde de sentimientos contrapuestos: por un lado la excitación producto del río de adrenalina que corría por mis venas y por otro la angustia provocada por la impotencia de no poder ayudar a un ser que estaba quemándose vivo delante de mis ojos. La altísima temperatura del fuego te golpea la cara, mientras el espeso humo negro que se desprende de los árboles y arbustos verdes se te hunde de a bocanadas en los pulmones. Los latigazos de vientos arremolinados que se levantan de cualquier lado, lastiman el cuerpo, y amplifican el chillido de la sabia y la resina hirviendo bajo las cortezas. Los pájaros que huyen despavoridos, el rugido de las hojas ardiendo juntas... el miedo y el coraje de un cazador que se enfrenta a un enorme dragón enfurecido, con un balde de agua en una mano y un machete en la otra.
Por más absurda y surrealista que parezca la escena, todos los que nos enfrentamos alguna vez a la fuerza desencadenada por un incendio forestal, vivimos en mayor o menor grado esa sensación de furia, desamparo y frustración, sobre todo cuando esta catástrofe es el producto del descuido o la perversa intencionalidad de otros seres humanos.
del libro Bosques del Sur, Lucas Chiappe

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